La Fuerza Contraataca

Cuarenta años no son nada para una dinastía. Este mes, la saga Skywalker regresa a la pantalla en Star Wars: Los últimos Jedi, una aventura espacial cuyo motor principal, más allá de la fantasía, el sentido de maravilla y los efectos especiales, es la nostalgia.

- J. Iván Morales

Luke Skywalker ha desaparecido. Con esa sentencia comenzó el Episodio VII, cinta que –después de diez años– nos regresó a aquella galaxia lejana con una aventura llena de emoción, nostalgia y la búsqueda de esa persona-mito que había desaparecido hacía años. No hay individuo en el mundo que no conozca a Luke Skywalker y su mera ausencia fue suficiente para convertirse en el motor que reinició la franquicia: una que, en realidad, nunca desapareció del todo del inconsciente colectivo. Ahora, Luke está listo para ser de nuevo el centro de atención.

El itinerario que la producción de Star Wars: Los últimos Jedi nos envió, previo a nuestro viaje a la locación, decía que visitaríamos el set de “Space Bear”, el nombre en código de la nueva película de Rian Johnson. La emoción dentro de la camioneta de prensa –que nos trasladaba del centro de Londres a los estudios Shepperton– era palpable. Johnson, elegido personalmente por Kathleen Kennedy, es un director que –al igual que JJ Abrams, encargado de inyectarle nueva vida a la franquicia con El despertar de la Fuerza– tiene una bien cimentada credibilidad como autor cinematográfico (Brick, 2005) y como director de blockbusters sustanciales (Asesino del futuro, 2012). Para el Episodio VIII, su encomienda era clara: utilizar su efectivo uso de la pirotecnia cinematográfica para avanzar el legado de una de las franquicias cinematográficas más importantes de la historia. Para lograrlo tendría a su disposición todos los “juguetes” que volverían loco a cualquier niño… algo que pudimos comprobar desde el primer minuto que vivimos en el set.