Pedro Infante – Cien años de vida interrumpida

A un siglo de su nacimiento, Pedro Infante vive. Y es gracias a la memoria de todo un pueblo que, al paso del tiempo, sigue riendo, llorando y coreando con la imagen de una estrella que nunca dejará de brillar.

- Por Carlos Jesús González

Pedro Infante. Pedro, Pedrito, Pedrote. A estas alturas se le puede llamar como uno quiera; al fin y al cabo, hay confianza. Habrá quien prefiera términos más cursis como “el hijo del pueblo” o “el consentido de Dios”. Ello por no olvidarnos de aquel otro sobrenombre tan conocido: “el ídolo de Guamúchil”, mismo que llama la atención no tanto por su grandilocuencia como por su ambigüedad, pues si bien es cierto que Pedrito pasó su infancia en dicho pueblo sinaloense, su acta certifica que nació en Mazatlán el 18 de noviembre de 1917.

Pero no hay ni quien se queje. Hay estrellas tan enormes que pueden ser originarias de donde les dé la gana. Son culichis, guamuchilenses, tapatías o chilangas, según convenga. Y no sólo burlan a la vida sino también a la muerte: fallecen una vez, tres, cinco o de plano ninguna. El dolor de su ausencia es mermado por viejos sinvergüenzas que suplantan fugazmente su personalidad o, de manera primordial, mediante la inmortalidad de su espíritu, venerado en basílicas y templos cual si se tratase del padre, tío o hermano que, a cambio de su deceso prematuro, ha obtenido la gracia de interceder ante el Supremo en beneficio de los suyos.