La Arqueología Forense Y La Reconstrucción Facial Rescatan Rostros Y Grandes Misterios De La Humanidad.
TO Do estaba planeado para que fuera una fiesta. La gente se había convocado desde bien temprano en el puerto de Estocolmo aquel 10 de agosto de 1628. Nadie se quería perder el viaje inaugural del Vasa, la nueva joya de la armada sueca: contaba con tres palos, podía llevar hasta diez velas, tenía 64 cañones de bronce, medía 52 metros de la punta del palo mayor a la quilla y 69 metros de proa a popa y pesaba 1,200 toneladas. Era el navío más poderoso jamás construido.
Para celebrarlo, se dispararon salvas desde sus cañones. Pero apenas zarpó, una repentina ráfaga de viento se sintió. El Vasa se inclinó, aunque corrigió su rumbo. Una segunda ráfaga golpeó el costado del pesado barco. Y esta vez no hubo corrección. Luego de 20 minutos, el agua comenzó a entrar por las cañoneras y el navío se fue a pique a la vista de un público horrorizado que no lo podía creer. Al menos 30 miembros de 200 que componían la tripulación se ahogaron.
Durante 333 años permaneció en el fondo del mar, como un recordatorio de la opulencia. Y de la soberbia militar. Hasta que el 24 de abril de 1961, lo que había sido un desastre de relaciones públicas para la armada sueca, se volvió un festín para los arqueólogos: luego de su localización exacta, se decidió sacarlo de su letargo. En un esfuerzo técnico dramático y complejo, emergió el Vasa de las profundidades.
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