Principe de las tinieblas

Desde las catacumbas del inconsciente global surge cada año el espíritu del sanguinario monstruo, multiplicado por millones, para el macabro festejo

Uno de los disfraces preferidos de chicos y grandes para Halloween es el de Drácula. Tal predilección se debe a que esta criatura ha estado presente en el imaginario global a lo largo de siglos gracias a la literatura y el cine. La principal fuente de los relatos y películas acerca de tan fascinante personaje es la novela titulada precisamente Drácula, de Abraham (Bram) Stoker, publicada en 1897. Sin embargo, el protagonista de esta obra no surgió por completo de la imaginación del escritor irlandés, quien sintetizó en un ser ficticio los mitos y leyendas de vampiros.

Estos monstruos, que tienen a la sangre humana en la base de su pirámide alimenticia, han formado parte de las creencias de los más diversos pueblos y civilizaciones. Se trata en muchos casos de los llamados súcubos e íncubos, es decir, demonios vampíricos femeninos y masculinos. Cuentan distintas leyendas que tanto ellas como ellos suelen salir de noche en busca de víctimas a las cuales acosan y seducen con el propósito de chuparles no sólo su fluido vital, sino también su energía y hasta su espíritu para subsistir y volverse inmortales. Ahí están, como ejemplos, los irresistibles y sanguinarios Lamia, Empusa y Estirge, de la mitología grecorromana; Lilith, de la hebrea; Jiang Shi, de la china, y Adze, de la africana. Asimismo tenemos a Strigoi en el folclor rumano, Mora en el eslavo, Mara en el alemán y Morrigan en el irlandés. Sin dejar de lado a Tlahuelpuchi y Tlacatecólotl en la cultura náhuatl, a Zotz en la maya y a Trelke-wekufe en la mapuche.