No importa si tus papás te quisieron mucho o no. Si te protegieron, te sobreprotegieron o de plano te abandonaron. Todos tenemos heridas de la infancia que nos marcan para toda la vida.
Cuando eres niño estás tan vulnerable que muchas experiencias, de las que tus papás hoy ya ni se acuerdan, tú las viviste como momentos grandes y significativos que te marcaron. Y lo hicieron de tal forma que ahora, cuando sientes que vives algo parecido, de pronto se activan tus botones internos y se manda una señal de alerta, ¡herida a punto de ser tocada!
A lo mejor tus papás llegaron diez minutos tarde por ti una vez al kínder y ese día hacía calor y tenías hambre, así que te sentiste abandonado; y el día que tu novia llega tarde al cine le armas un pancho porque sientes que alguien te va a volver a olvidar. ¡Siempre te abandonan!
Es común que esas sensaciones aparezcan con la gente que queremos y que nos dé mucho miedo que nos abandonen, traicionen o lastimen, tal como sentimos que lo hicieron nuestros papás en el pasado. En nuestra personalidad están los viejos dolores no resueltos del pasado, quedan registrados en nuestra memoria mental, emocional y física. Aunque pensemos que hay experiencias que ya olvidamos, nada se queda fuera de la memoria, todo tiene formas de manifestarse en el presente de manera inconsciente.
Todas estas heridas están en las raíces de nuestra personalidad. Conocerlas y entenderlas es fundamental para poder sanarlas y dejar de repetir una y otra vez los mismos teatros.
LA HERIDA ES EL RECHAZO
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